En un pequeño café del centro de Lima, Mónica y Claudia, amigas desde la infancia, se encontraron después de meses de no verse. Mónica, una chef que pasa largas horas de pie en la cocina, lucía agotada, mientras que Claudia, quien trabaja como arquitecta y se dedica a supervisar proyectos en obra, parecía radiante. El motivo del encuentro pronto quedó claro: Mónica buscaba consejo.
—Claudia, no sé cómo haces para verte tan bien después de tantas horas supervisando construcciones. Yo, en cambio, siento que mis pies están al borde del colapso —confesó Mónica, mientras removía su café. Claudia soltó una carcajada y, con una sonrisa cómplice, respondió:
—Te voy a contar un secreto que cambió mi vida: encontré a un podólogo profesional en Lima. Intrigada, Mónica se inclinó hacia adelante, olvidándose por un momento del cansancio. —¿Podólogo? ¿No es lo mismo que ir a un salón de belleza o a un médico general?Claudia negó con la cabeza. —Para nada. Esa confusión es más común de lo que crees, pero elegir bien puede marcar toda la diferencia. Déjame explicarte.
Claudia comenzó aclarando que un podólogo no es simplemente alguien que «arregla los pies».
—Un podólogo es un especialista que estudia a profundidad todo lo relacionado con la salud de tus pies. No se trata solo de cortar uñas o eliminar callosidades como haría un manicurista. Por ejemplo, yo tenía un problema serio con uñas encarnadas que me provocaba infecciones recurrentes. Fui a varios lugares que se hacían llamar «clínicas de pies», pero no tenían personal capacitado y terminé con más complicaciones.
Mónica asintió, sintiéndose identificada.
—Eso me pasó con una dureza en el talón. Fui a un lugar que parecía profesional, pero solo empeoraron mi problema.
Claudia tomó un sorbo de su café y continuó:
—Exactamente. En cambio, los podólogos están capacitados para diagnosticar y tratar problemas serios como hongos en las uñas, juanetes o lesiones biomecánicas. Además, si es necesario, pueden prescribir tratamientos médicos o realizar procedimientos quirúrgicos.
Mónica se mostró pensativa.
—Entonces, ¿Cómo sé si estoy frente a un buen podólogo y no alguien sin experiencia?
Claudia enumeró algunos puntos clave que aprendió en su experiencia:
Mónica estaba impresionada.
—¡Parece que encontraste un lugar ideal! ¿Cómo se llama? Claudia sacó una tarjeta de su bolso y se la entregó.
—Se llama Edwards Podólogos. Están en San Isidro y realmente son expertos. Tienen un enfoque integral y, lo mejor de todo, puedes agendar una evaluación gratuita. Te paso su número: (01) 4414971.
Mientras revisaba la tarjeta, Mónica no pudo evitar preguntar:
—¿Y los precios? ¿No son muy altos? Claudia hizo un gesto de negación.
—Es cierto que pueden ser un poco más caros que otros lugares, pero la calidad y los resultados valen cada centavo. Además, algunas clínicas como esta ofrecen promociones en consultas de seguimiento o paquetes de tratamiento. Recuerda que, al final, tu salud no tiene precio.
Mónica se recostó en la silla, reflexionando sobre todo lo que había aprendido.
—Creo que nunca había visto mis pies como algo tan importante. Siempre los daba por sentado, pero tienen un papel fundamental en mi vida diaria, especialmente en mi trabajo.
Claudia sonrió, satisfecha de haber ayudado a su amiga.
—Exacto, Mónica. Tus pies son la base de todo. Ahora, toma esa tarjeta y agenda tu cita. Te prometo que no te arrepentirás.
Con una renovada determinación, Mónica guardó la tarjeta en su bolso. Ese encuentro no solo le dio una nueva perspectiva sobre la importancia del cuidado podológico, sino también una solución concreta para mejorar su calidad de vida.